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Proyecto presentado para la curaduria Cotidiano, Cámara de Comercio de Bogotá

Monumento para Invocar


En el fondo de cualquier asunto que se quiera comprender aparecen las problemáticas e imágenes de la cotidianidad cómo motivadores fundamentales del pensamiento de todo orden: el descriptivo y también el abstracto y filosófico.

Es el propio día a día con sus renovaciones y agotamientos más prácticos y corrientes el que genera las inquietudes, los desgastes, así como las búsquedas que movilizan los combates y planteamientos a partir de los cuales se hacen posibles los cambios en el curso de las historias. No obstante, lo más común y cercano deja de atenderse cuando ya existe un aparato conceptual complejo, aún cuando lo elemental y familiar sea la esencia que permite penetrar lo construido de una manera suficiente y lógica.

Paradójicamente lo corriente y simple, que es el principio de lo que se articula de múltiples maneras hasta la complicación, pasa al lugar de lo modesto e incluso de lo insignificante frente a lo que se concibe como estructurado, difícil y abstracto. Ese artificio se presenta como algo mucho más visible y capaz que la realidad concreta a partir de la cual se ha edificado y, en esa medida, apoya un desprecio hacia lo corriente, con una paralela devoción hacia lo intelectual y artificioso, a pesar de que en algunos casos esos constructos evidencien síntomas de desconexión, extravió y confusión.

Como respuesta a esa situación el arte y otras disciplinas del intelecto han reaccionado en diversos períodos históricos ante lo arrogante, erróneo e innecesario de los discursos de las interpretaciones, para recordar la importancia y potencia de los lugares más obvios, como también, la imposibilidad de su agotamiento o total conocimiento.

A eso respecto Rembrant o Van Gogh pueden ser ejemplos significativos de ese acontecer en distintos momentos de la historia, aunque es extenso el número de artistas que han trabajado con la consciencia de que la atención al detalle mínimo se reconoce lo insondable y lo verdadero del universo. De diversas maneras los dos artistas convirtieron a los espacios íntimos y despojados en escenarios infinitamente ricos e inabarcables mientras se rebelaron contra las concepciones ostentosas y grandilocuentes que sobresalían en su momento y que en un sentido correcto debían replicar.

De esa forma abrieron vías para la reconsideración de lo fundamental y de lo humano, que es en definitiva la mira que debe guiar toda propuesta del pensamiento en la construcción social e individual, y que se pierde cada vez que en la discusión de valores lo intelectual oprime y deteriora a lo natural.

No es gratuito en tanto que en el presente los artistas más jóvenes, entre los que se encuentran Luisa Roa y Cristian Prieto hayan vuelto a pensar en lo cotidiano y próximo del espacio individual o del urbano y que hayan dejado de concebir el conflicto o la contradicción en el escenario de las guerras o el discurso político. En los trabajos de estos artistas no son perceptibles las estrategias críticas que se han legitimado en las décadas recientes, en los sentidos formal e intelectual, y de esa manera no se reconoce en ellos un interés por pertenecer a una corriente determinada. Por el contrario, cada uno de ellos desarrolla auténticamente una mirada propia en el lenguaje de la instalación –en el caso de Cristian Prieto desde la pintura y en el de Luisa Roa desde la escultura, también el la vibración de lo caótico- aunque coincidan forma espontánea en observar cuestiones ordinarias y rutinarias. Desde ellas, es posible ampliar la mirada a muchos otros frentes que se devanan cuando se agudiza la compresión en el espacio de lo más común.

Un ejemplo de cómo ello ocurre, que es el que inspira el nombre de está muestra, es de la composición Cotidiano de Chico Buarque. La canción repite una rutina en la que la mujer despierta a su marido con boca de mentol, lo despide con boca de café, lo saluda en la tarde con boca de pasión y lo acompaña en la noche con boca d pavor, mientras él cada medio día en su labor se cansa y no desiste de repetir su eterna función con boca de arroz. La fuerza de este texto escrito durante un período dictatorial radica de igual forma en potenciar la expresión del lugar más común y rutinario para avisar en él la frágil y al mismo tiempo invencible humanidad con sus eventos agitados, agotados, resignados y dispuestos a la interpretación y a la reinvención.

María A Iovino M.